sábado, 14 de abril de 2012

Nicole Kidman, santa.


Carlos Pott

¿Qué es amarme?



Y escúchenme bien: quiero ser amado, pero no me importa quién sea el sujeto de ese amor, sino tan solo lo que constituye (las causas, las maneras) el amor por mí. Atrévanse, cuantas más personas de entre ustedes (y de entre los por descubrir) me amen, más reduciremos el margen de error, y estaremos más próximos a determinar objetivamente el sentido del amor hacia mí, ese del que ya tan poco queda.

Yo, que no puedo amarme con la ingenuidad y la pasión de ustedes, trabajaré para afinar la idealidad de otros amores. Hoy, por ejemplo, uno que ha sido sometido en los últimos tiempos a muy duras pruebas: el amor por Nicole Kidman.

Dicho en simetría: ¿qué es amar a Nicole Kidman? (pregunta deseada que aún no es maś que esto: ¿qué soy yo amando a Nicole Kidman?).



Empecemos por el principio: Eyes wide shut. No es que antes no hubiera mostrado sus dotes (no es difícil pensar que To die for [Gus Van Sant, 1995] hubiera sido una película distinta y, en casi cualquier caso, peor, de no haberla protagonizado ella), pero solo entonces su figura espigada y excelsa se transforma en el soporte de un deseo opaco e indeterminado, y su rostro, que habrá de pasar todavía por las conocidas peripecias quirúrgicas, adopta la provocación de una sexualidad desublimada e inestable. 

 
Y una monja.

El origen es, sí, Eyes wide shut y su final, con aquellas líneas resonantes en que Nicole le dice a un Tom más guapo que un San Luis que lo que toca ahora es follar. El “fuck” con el que se cierra la película es bien raro con respecto al cuerpo sinuoso de ese monumento numínico (y eleusino) que es la película de Kubrick, y en él entendemos, teniendo que ignorar la avaricia de la representación, que nadie ha follado todavía. La película quizá sea freudiana (se verá otro día), pero nunca, en cualquier caso, por juguetear con sentidos psicoanalíticos, como sí hace el muy inferior relato de Arthur Schnitzler en que se basa.

Lo que se muestra en ella es que el deseo, para sostenerse, precisa de una retórica (el erotismo) que llega a suspender (a impedir) sus supuestos fines (porque es una forma de desatención del acontecimiento). Este podría ser uno de los temas de Eyes wide shut, si poner en relación el deseo con su realización fuera algo más que una falsaria salvación discursiva; tan necesaria, empero, ante una película estrictamente religiosa o ritual como esta. Desde luego, creo yo, no hay una idea que le sea menos asignable al deseo, o acaso solo en lo que respecta al agotador mundo de lo real (que tan poco debería interesarnos), que la dicotomía liberación/represión o, aun peor, realización/no-realización. El deseo no responde a preguntas de este tipo.

Hay también, y por el contrario, una lectura pedagógica del final de Eyes wide shut: ustedes, las mujeres y los hombres, han sido expulsados del deseo (virtud creadora, propia de los dioses) y no les queda otra que consolarse con el sexo (esa práctica tan rancia).

Her own way.
Ya saben que después de Eyes wide shut (yo calculo que pasados tres años desde que se rodaran aquellas escenas), el matrimonio Cruise-Kidman se separó. Él acabaría teniendo una hija con la calamitosa Katie Holmes, Suri, y estamos casi seguros de que no recuerda ni por lo más remoto los que alquilara junto a Nicole. Ella inició el extraño camino que hoy reseñamos. Son muchos los datos que remiten a un mal sueño: su empastillamiento (su infeliz acento australiano) al recoger el óscar, la progresiva reducción de su nariz, su matrimonio con un cantante country... Solo en una ocasión (recuerdo bien mis erecciones) se nos dio desearla con franqueza, Dogville, aunque Lars von Trier decidiera que el precio de querer follárnosla era tornarla en víctima (despojarla de su soberanía en estas lides), y obligarnos a desear a un tiempo la sumisión de aquella mujer (y la inversión de su cuerpo en busca de la analidad) que es, como todas las protagonistas del director, heroica y necia (bíblica). Las sucesivas violaciones de Dogville son las únicas escenas de sexo (si obviamos el inciso promocional de Eyes wide shut, momento que nunca he entendido y que estaría dispuesto a rebatirle a Kubrick) que se le han visto a Nicole.

Las mujeres perfectas.
Poco después del divorcio accedía a un puesto privilegiado en el star system que desaprovecharía a la velocidad de la luz (la limitación expresiva de Bewitched es excesiva incluso para una autora de su calibre). En una impensable apuesta en forma de remake, Frank Oz acentuaría el exacto punto en que Nicole empezaba a desviar el deseo de los espectadores (a apropiarse de él y a exasperarlo), con una película tan ignorada como notable, The Stepford wives, donde empezaba a ser irónico que en su gelidez y turbiedad fuera ella la representante de lo humano encargada de desenmascarar a las perfectas mujeres robóticas de Stepford (no era poco irónico tampoco que su marido allí fuera... ¡Matthew Broderick! ¿Cómo una película en la que él aparezca puede tener aspiraciones comerciales?). Nunca una actriz supo conjugar en un mismo instante la gloria (venida de una especulación excesiva por parte de los productores que quisieron ignorar su alma de freak) y un incipiente fracaso que ha acabado por hermanarla con Nicolas Cage y Joel Schumacher (ella dijo sí).

Pero atendamos al caso de una de las grandes obras maestras de nuestro tiempo, Birth (Reencarnación), de Jonathan Glazer.

Otra forma de cine pornográfico.

Vaya el final por delante: un final en el que el planteamiento que llamaba a la signatura de lo fantástico –un niño que, por obra y gracia del montaje, sabemos que nace en el mismo instante en que muere un hombre, marido de Nicole Kidman, dirá ser la reencarnación de este aportando numerosos datos íntimos que lo confirman–, se revela como una desencajada travesura infantil cuando se descubre que el niño había encontrado una caja con todas las cartas que se enviaban la señora y su marido (¿en serio?) y había construido una farsa con un collage de sentimientos, pareceres e informaciones diversas para llevarse a Nicole a la cama. El final es traidor en su desahucio de toda mística posible, pero ofrece una osadía irrenunciable -que ese niño es un guarro-, capaz de aquilatar la desmesura de sus preguntas. Preguntas en la frontera de los lenguajes (la que visita, precisamente, por su irrespetuosa relación con el género) y las líneas rojas de la asignación de los placeres (la sexualidad infantil, todo lo prohibido). 

Este es el terreno más adecuado para la Kidman, como muestra el célebre plano sostenido de cuatro minutos mientras asiste a la ópera (en el que ella, en rigor, no mueve un músculo), solo comparable al que la simpar Barbara Stanwyck regalara a Wilder en Double indemnity (Perdición). Solo una actriz compleja, ambigua y locuela puede generar tales mareas en la quietud (puede desviar tan radicalmente la mirada al mirar de frente).

Otra forma de cine musical.


El otro momento álgido de la película, en que el niño va a visitarla mientras ella se baña, plantea cuestiones no menos atrevidas: que si puede el mundo sustraerse a la determinante disciplina del pene, o que si un niño puede ser reducido (o elevado) a la sola fuerza significante de un falo (en su lento caminar hacia la bañera, y si se mira fijamente, se puede llegar a apreciar cómo deviene genital). Birth (como Margot at the wedding, acaso su mejor interpretación, y como Eyes wide shut) elude toda complacencia y es, por ello, la película kidmaniana por excelencia. En este caso, el órdago se esconde no solo en la insinuación de sus tesis, sino también en las implicaciones de su final (que hacen del beso en la calle, de la higiénica visita, auténticas fiestas de la intención), que actúan como negación de toda serenidad, tanto genérica como moral. Y es que siempre será más aceptable un niño venido de ultratumba (opción, al cabo, lejana y coherente) que un niño que hace de un calentón una psicosis (opción amenazadoramente cierta y desastrada).


Invocación a Príapo.

Nicole y su devenir-mono.
Desde entonces, ya sí, la mirada de Nicole no volverá a ser la misma. Ella es una mujer santa: que es atravesada por el deseo y lo distribuye en formas imprevistas, quizá sin quedarse nada para sí. Y por eso en Margot at the wedding (donde el resto de personajes advierte su esquivo atractivo y especula sobre su pasada belleza) convoca a su hijo pre-adolescente al disfrute de los placeres del sexo en común (que quizá sean otra cosa, pero también Nicole ha sido engañada en esto); se trata de las confusiones que las drogas, que toma a manos llenas, imponen sobre su labor evangélica y su martirología, acuciadas además por la euforia que le provoca el encuentro con los otros, que la hostigan con su extraña costumbre de compartir el tiempo y los afectos con los demás.

¿Cómo decirte, sombrero?
Y es que Nicole Kidman (como yo) ha sido expulsada de los órdenes y las lógicas del deseo, pero no ha renunciado (tampoco yo) a sus gozos e inquietudes.

3 comentarios:

  1. Esto que en su primer párrafo parece una canción de Chavela Vargas, más por el tono que por otra cosa, es una maravilla de principio a fin.

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  2. Allá por los cimientos (qué conjunción no se las apaña para serlos o aparentarlos por aquí) se me reprochó lo que en verdad era un elogio a una estructura intuible y eternamente misteriosa: la de la habitación de los espejos. Y entre el índice de categorías, que va perfilando el alma humana, me quedo por ahora (y hasta que la petición de un comentarista de ahí abajo resulte en la de los mártires), con la de los héroes. Agradezco, padre, que me ayude a perdonarle la botulínica (eufemismo de peores toxinas) a Nicole.

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  3. Pues han de saber que, durante su escritura, yo pensé que este post habría de inaugurar una nueva sección que tendría por título "El guionista es la escoria", y ya luego, muy seguido, pensé que no eran los míos lectores que necesitaran de subrayados. Temo, en cualquier caso, que héroes sea una devaluación (una politización), antes que una traducción del inglés stars (para el que no acierto a dar con la palabra española). Dicho de otra forma, héroes parece la traducción latinoamericana (argentina, venezolana, qué sé yo) de stars.

    Y no creo tampoco, polomanía, que se demuestre usted capaz de amar, o que pueda a estas alturas regresar a esa ceguera que solo responde a las corrientes de luz (que es lo que llamamos amor), si me habla de perdón. El amor siempre viene antes, y el sujeto que sostenga un amor debe estar dispuesto a modificar su ideología y sus principios (en fin, la basurita de su alma) para dar su reconocimiento, y poder celebrar a cada paso las veleidades y transformaciones del objeto amado.

    Y, por otro lado, yo no sé, María, si es maravilla o medusa (por supuesto, me abruma el descontento, y más en una tarde que se empieza a mostrar sorda a la alegría del whiskey), aunque juraría que con las líneas anteriores he dejado claro que no cabe para mí el desengaño amoroso,sino tan solo la joie y la melancolía. Que yo vengo amando así desde que fui Guillermo de Aquitania.

    ¿Dónde buscarles, dónde encontrarles, lectores?

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